Fungai no cree que haya sentido siempre amor por el arte. De hecho, se topó con ello en la escuela. “Comencé tarde el año académico de secundaria en Zimbabue, y para entonces el único curso que estaba aún disponible era Arte, pensé que me gustaba un poco, y así que decidí explorarlo.”
Cuando llegó al Reino Unido, Fungai decidió dedicarse aún más a su “amor orgánico” por el arte. En la escuela destacó en la materia y progresó a un curso preparatorio, siendo seleccionada para un aprendizaje específico de Bellas Artes para finalmente lograr una licenciatura universitaria en Bellas Artes, donde perfeccionó sus destrezas con la pintura y el arte de grabado.
Creo que mi trabajo es realmente una mirada a la experiencia de ser humana. De qué es para mí ser mujer, ser negra, ser parte de una comunidad en la diáspora, relaciones... conexiones y vínculos entre seres humanos.
Pero cambiar de continente trae también sus retos, nos dice Fungai, especialmente en tus años de adolescencia cuando ya has hecho amigos y establecido vínculos en tu lugar de origen. “Te ves obligada a hacer nuevas amistades, conocer a familiares a los que no habías conocido en tu vida. Es un poco como una adaptación, un ajuste. Siempre tuve un sentimiento de no pertenecer del todo al nuevo mundo al que había llegado. Algo faltaba de manera constante. Pero el arte me ayudó a asimilar todo ese proceso de valorar a las personas que tengo. Yo ya no tenía una relación con mis padres, pues fallecieron cuando yo era muy joven; ello hace que estés siempre anhelando algo, pero no sabes realmente qué es ese algo y por eso estás siempre buscando.”
Fungai camina por el estudio mientras habla, compartiendo con nosotros la historia de cada cuadro y aguafuerte. Una de sus pinturas parece evocar su apariencia y su espíritu, pero la cara está difuminada – intencionalmente, explica ella, para representar no solo su propia historia, sino también la de otras mujeres. El cuadro muestra a una mujer africana con un vestido suelto de color amarillo brillante, sentada, sujetando una floreciente malva en cada mano. En el fondo hay una mbira, instrumento nacional de Zimbabue que consiste en un tablero de madera al que están adheridas pequeñas laminas de metal para ser punteadas con el dedo pulgar. También hay una señal negra en el brazo izquierdo de la mujer, que representa en el África occidental un símbolo de la creatividad y la sabiduría.
“Este fue mi primer cuadro en cuatro años”, nos explica Fungai. “Acabé detestando la pintura debido a los plazos límite para entregar y a las presiones de tiempo en la universidad, así que paré por un largo tiempo. Y entonces realicé esta pintura. Por aquella época yo estaba atravesando problemas amorosos. Me vía obligada a lucir de una manera concreta para adaptarme al ideal de esa otra persona, y ello realmente me molestaba. Hasta me compraban vestidos que yo tenía que ponerme. Pero, ¡mírame! ¡Me gustan los vaqueros y las zapatillas de deporte! Por eso este cuadro trata sobre la femineidad, las presiones, y también es un recuerdo de mi lugar de origen.”
Fungai sueña con abrir en un futuro sus propios estudios de arte de grabado en África, empezando por Zimbabue. Siente que no hay suficientes instituciones en África para desarrollar la creatividad de las personas, y por ello le gustaría ofrecer sus destrezas y conocimiento a su comunidad originaria y ayudar a educar a la población. Añade que pocas personas realmente se dan cuenta de la gran cantidad de dinero que el arte puede generar.
Pero Fungai lanza una advertencia, si como artista te mueves por el dinero puedes acabar perdiendo tu autenticidad, produciendo obras que crees que atraerán a la gente. “Se trata de ser tú mismo primero”, explica, reconociendo también el efecto dañino que los medios de comunicación social pueden tener al buscar los “me gusta” por encima de un compromiso más profundo y más auténtico.